Un día de 1855 el pequeño Thomas, de apenas ocho años, regresó a su casa llorando y descorazonado. Entre sollozos le contó a su madre que su maestro le había dicho en la escuela que era un alumno “estéril e improductivo”. Veintidós años después el alumno estéril patentaba el fonógrafo y tres años más tarde fundaba General Electric.
Su apellido era Edison y, aunque suene extraño, la razón de que haya alcanzado el éxito fue probablemente ese día que llegó a casa llorando.
El propio Edison contaría años después que su madre reaccionó a su historia llevando al niño de vuelta a la escuela donde enfrentó al profesor. Hecha una furia le dijo que no tenía idea de lo que estaba diciendo.
A Edison el incidente le dejó una fuerte impresión y le hizo tomar un compromiso: “Mamá fue la defensora más entusiasta que hubiera podido tener cualquier niño, y fue exactamente en ese instante cuando tomé la decisión de que sería digno de ella y le demostraría que no estaba equivocada.”
Ese instante de la vida de uno de los inventores más prolíficos de la historia fue casi con seguridad el que cambió su vida para siempre y no es extraño, por tanto, que lo recordara tan vívidamente. La razón es lo que Daniel Goleman ha llamado la Voz del Juicio (VDJ), un parásito mental enemigo del potencial de cualquier persona, en general, y de su creatividad, en particular.
La VDJ es simplemente esa vocecita interior que musita todo el tiempo juicios negativos sobre tus acciones. El juicio apresurado, como todo experto en creatividad sabe, es el peor enemigo de la creación. Impide que tomemos riesgo, que exploremos diferentes alternativas y que nos animemos a comentar una idea por miedo a la crítica.
La VDJ es ese monólogo interno que nos dice: “no lo intentes, quedarás en ridículo”. O a veces: “esto no puede funcionar, sino alguien más ya lo hubiese descubierto”. Las frases que usa y las formas que adopta no tienen límites.
Casi siempre ataca nuestro propio sentido de autoestima, hablando en primera persona: “no soy lo suficientemente bueno”, “nunca voy a lograrlo”, ¿Quién soy yo para intentar algo así?”.
La VDJ es la que mata una idea antes de que se pueda desarrollar. Nos infunde el miedo por hacer algo que se nos ha ocurrido para inmediatamente después generarnos culpa por no haberlo hecho. Es implacable.
Lo cierto es que los sicólogos explican que esta voz fue formada a imagen y semejanza de lo que nuestros padres y otras figuras tempranas de autoridad (como los profesores, por ejemplo), nos dijeron con respecto a nuestras capacidades y a lo que podíamos o no podíamos hacer.
Esos primeros juicios se absorben y luego se repiten como monólogo interno, se transforman en nuestro propio juez interior.
Sin embargo, lo importante no es sólo lo que escuchamos durante la infancia o la primera adolescencia, sino también lo que decidimos hacer con esas palabras. Si decidimos, quizás inconscientemente, que esos duros juicios eran ciertos, lo más probable es que no estemos ni cerca de alcanzar nuestro potencial. Si, por el contrario, encontramos algún modo de hacer caso omiso de la crítica y la limitación externa, nuestra VDJ será débil y no nos afectará demasiado.
A Walt Disney, por ejemplo, lo echaron de un periódico diciéndole que no tenía imaginación ni ideas originales. El asunto fue que esas palabras no convencieron a Disney. Siguió creando, paso a paso, su carrera. Plena de creatividad, por cierto.
A veces algún ser querido o cercano nos ayuda en esta tarea. A Edison, indudablemente, le ayudó el apoyo de su propia madre, al punto que esa fidelidad maternal lo inspiró para comprometerse a tener éxito en su carrera.
Para cualquier persona la llave de la creatividad está en esa capacidad por ignorar a la VDJ, en eterna guerra mental con nuestra capacidad de innovar. Ese es el motivo por el que las técnicas de creatividad hacen tanto énfasis en la “suspensión del juicio”.
Suspender el juicio significa postergarlo, dejarlo para una etapa posterior. Durante el empleo de técnicas de generación de ideas como el brainstorming, por ejemplo, una de las reglas de oro es mantener el flujo de ideas sin interrupción, y la forma de mantener este flujo es, precisamente, abstenerse de juzgar las ideas que van surgiendo.
En todos los procesos de este tipo hay etapas posteriores en las que las ideas son analizadas y eventualmente filtradas o descartadas. Pero esa etapa no está al principio. La idea en los comienzos es dejar que la gente diga lo primero que le viene a la cabeza, en un clima favorable para ello, es decir en un ámbito en el que nadie (ni siquiera el propio autor), criticará o, mucho menos, ridiculizará la idea por extraña que parezca.
Por suerte, utilzando este tipo de técnicas se logra superar, en buena medida, el condicionamiento personal o social que limita la creatividad de una persona o también de una empresa. Lo cierto es que la mayor efectividad de este tipo de procesos se da en ejercicios colectivos y el ámbito empresarial es uno de los más necesitados de innovación y creatividad. Sea para descubrir un nuevo producto o para resolver un problema productivo o comercial, el potencial de cada individuo dentro de la empresa puede ser aprovechado al máximo y ese aprovechamiento requiere sus propias herramientas.
Volviendo al principio, si alguien que patentó más de 1000 inventos en su vida pudo ser considerado “estéril e improductivo”, es obvio que tenemos razones más que válidas para dudar de las voces del juicio que escuchamos, de terceros o en nuestra propia cabeza.
Cuando las escuchemos, recordar al pequeño Thomas puede ser un buen antídoto.
NOTE CREDIT: https://www.linkedin.com/pulse/la-llave-de-creatividad-eduardo-remolins